L’emergència (30)

Dilluns 20 d’abril

No podría en catalán, lo tengo pendiente, no me sale, yo puedo leerlo, lo puedo entender pero yo hablarlo no puedo, es una cosa que no puedo, me bloqueo, no sé por qué. Ése es un déficit que tenemos muchos latinoamericanos, eh, realmente… Yo llevo acá más de diez años y sigo los programas en catalán y lo entiendo todo y he tenido usuarias también, me acuerdo mucho de la Elvira, de noventa años, que la quería muchísimo, y catalana, y conversábamos muy bien…

Se me han muerto dos personas, entonces, dos familiares.

Nosotros los peruanos, en los años noventa, fue como una gran diáspora, todos nos esparcimos por el mundo como las semillas. Y he sentido a veces que es como si yo tengo esa carga de mi abuela, como que lo llevo en la sangre, porque mi abuela al salir de un pueblo cruzó los Andes a pie con mi abuelo para llegar a la costa, al pueblecito de Paramonga. Y entonces yo que soy su nieta he cruzado un océano para llegar aquí.

Y yo tengo a mi hermano en Nueva York, en New Jersey. Y un tío en Nueva York. Y hace tres semanas mi tío falleció en Nueva York. Mi prima era una trabajadora esencial como yo. Trabajaba en limpieza de hospital. Y el virus entró así, como un ladrón en la casa. Y entonces lo atacó a él porque él era una persona de riesgo, porque sufría del corazón y los riñones y no lo superó.

Y aquí pues también, una abuelita, la madre de mi pareja, mi suegra, pues también se la ha llevado el virus ayer.

Lo que sucede con esto es que nosotros, en la época del terrorismo en el Perú, con los desaparecidos, no te entregaban el cuerpo. Los desaparecidos son desaparecidos, no hay tumba. Entonces tu velas las fotos, la ropa, lo que tengas, algo de recuerdo, y se hace la ceremonia. Entonces yo ayer puse la foto de la abuelita. Yo puse santitos, hice un pequeño altar y puse unas velitas.

Y entonces en ese momento sentí que estaba en el Perú de los años noventa y dije: esto lo hacíamos en el Perú cuando teníamos los desaparecidos y es como si la muerte nos hubiera alcanzado, no? Que uno huye, viene al primer mundo entre comillas, huyendo de la miseria, huyendo de la inseguridad, huyendo de la desgracia, y quien iba a pensar que nos iba a alcanzar.

No hay funeral, Toni. Mueren solos. En una residencia en la que yo trabajaba. Yo trabajé hasta octubre pasado en esta residencia. Tuve mucho contacto con todos los abuelos de esta residencia. Y luego entré en el servicio de atención domiciliaria, gracias a Dios, porque muchas de mis compañeras de entonces están contagiadas.

Nosotras nos hemos sentido muy, muy abandonadas. Yo recuerdo mi desesperación porque no teníamos la protección. Yo soy muy reclamona. Eso lo traigo yo de mi tierra. Soy muy luchona. Soy una guerrera. Y yo me digo: yo no tengo nada que perder. Y yo he reclamado a todo nivel.

Y a finales de febrero, cuando ya comenzó esto, que había casos en Madrid, comencé a reclamar.

Y yo me decía: yo soy el ángel de la muerte. Porque voy de casa en casa, de anciano en anciano, y quizás esté llevando el virus.

Y me movía a todo nivel. Y iba contando la precarierad con la que estaba yo trabajando. Yo tenía una responsabilidad, que eran mis usuarios, y eran mis hijos, no contagiar a nadie aquí en casa.

Y el ocho de marzo me sentí abandonada hasta por los grupos feministas en los cuales yo me he implicado. Ese día yo estuve en la manifestación con un grupo de mujeres subsaharianas pero al frente de ella, es decir, nosotros no nos incluímos en ese grupo. Nos sentíamos excluidas. Yo reclamaba los equipos de protección individual porque muchas de mis amigas subsaharianas trabajan como yo de cuidadoras sociosanitarias, y otras dentro del servicio de atención domiciliaria hacen la limpieza ( ellas cobran muchísimo menos ) y estábamos desprotegidas. Y entonces yo decía: violencia de género también es que un ayuntamiento no se interese por la salud de sus trabajadoras ni por la de sus usuarios.

No me hicieron ni puñetero caso. Me planté en el ayuntamiento. Porque el ayuntamiento ha subcontratado el servicio de atención domiciliaria. Y como yo no le tengo miedo a nadie, yo saqué una pancarta: tu subcontrata me maltrata. Y otra, porque me gusta meter candela, defendiendo a las compañeras prostitutas, porque no consideran trabajadoras a las trabajadoras sexuales, la llaman prostituídas. Y no. Son trabajadoras sexuales y tienen derechos. Y el feminismo no puede excluirlas. Y entonces yo salí con mis dos pancartas, que sabía que les iban a molestar. La de No hay feminismo sin putas y la de Tu subcontrata me maltrata, dirigida directamente al ayuntamiento de Mataró.

Después de eso pasó lo del coronavirus y el aislamiento. Y quiénes iban a trabajar? Nosotras, la esenciales.

Mira, los primeros días yo estaba regresando sola, eran las siete o casi ocho de la noche, sí, y yo venía del edificio de cristal caminando porque yo desde el primer momento supe de que no tenía que tomar el bus. Me podía contagiar en el bus. Yo me caminaba todo Mataró. Era alucinante el primer día que yo caminé por Mataró sin gente. Nadie. Yo sentí que estaba como en una película de esas de ciencia ficción. Pero que ese futuro lejano, ese fin del mundo, era el presente, y que yo lo estaba viendo. Y que Mataró era una ciudad muerta.

(Demà continuarà.)

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